En el Parque Central de La Habana Vieja, todos los días hay un encuentro especial. No tiene hora de comienzo ni de final, nadie lo convoca, pero sucede metódicamente, día tras día. Supe de esta reunión en mi visita anterior a La Habana, en 2018. Mientras disfrutaba un café al otro lado de la calle, en el Hotel Inglaterra, me llamaron la atención las voces agitadas, los gestos pronunciados. Miré hacia el Parque Central y vi a un grupo de unos 25 hombres que parecían involucrados en una acalorada discusión. Levantaban las voces, gesticulaban y se apuntaban los dedos unos a otros, de manera amenazadora, enfática. Pensé que estaba a punto de estallar una pelea. Mi amigo cubano, presintiendo mi incomodidad, explicó que los hombres solo hablaban de béisbol.
Ciertamente, a mí me encanta hablar de béisbol, pero mis “discusiones” no se parecen en nada a lo presenciaba, los argumentos más agitados que puede uno imaginar. Aunque nadie insultó o tocó físicamente a otra persona, los ánimos se encendían, la temperatura corporal y la presión sanguínea crecían, las emociones se desbordaban. Mi amigo me presentó al grupo y, de ese modo, me ofreció la oportunidad de interactuar con ellos. Mi español es bueno para conversar, pero mi conocimiento del béisbol apenas suficiente para observar La esquina caliente. Todos fueron agradables conmigo, de ambas partes fluían preguntas para mantener la conversación. Pero yo estaba en desventaja en cuanto a mi conocimiento de la liga. A los pocos segundos de mi partida, estalló el caos de nuevo. La esquina caliente despertó tanto mi curiosidad que decidí aprender más sobre béisbol para, en mi próximo viaje a La Habana, en 2019, poder participar de modo más activo en otra reunión como esta.
En cuba se practican muchas religiones, pero la universal es indiscutiblemente el béisbol. Cuba y el béisbol tienen una historia inseparable.
Para entender el béisbol en Cuba, se necesita saber algo de historia. El juego fue introducido por primera vez en la Isla por estudiantes que regresaron de los Estados Unidos, en la década de 1860, y se convirtió en un éxito instantáneo. Ha sido una pasión de los cubanos desde entonces. En el barrio Pueblo Nuevo, de Matanzas, a 70 millas al este de La Habana, se encuentra el Palmar del Junco, el estadio en funcionamiento más antiguo del mundo, lugar de nacimiento del béisbol organizado en Cuba. ¡Allí tuvo lugar el primer juego oficial de béisbol que se publicó en la prensa en Cuba hace unos ciento cincuenta años! A partir de la década de 1960, los jugadores de béisbol cubanos comenzaron a emigrar a Estados Unidos en busca de mayores oportunidades. Más de 200 cubanos han jugado en los Estados Unidos, Incluidas muchas superestrellas como José Canseco, Luis Tiant, Rafael Palmeiro, Bert Campaneris y Tony Pérez, por nombrar solo algunos. De hecho, Cuba es el segundo país con más jugadores en el Salón de la Fama Nacional de Béisbol en Cooperstown, Nueva York, solo superado por los propios Estados Unidos. Esto dice mucho sobre el talento que la nación insular –de solo 11.5 millones de habitantes– ha traído a nuestras costas. Mientras escribo este artículo, alrededor de 40 jugadores cubanos están preparándose para la próxima temporada de las ligas mayores. Los cubanos están increíblemente orgullosos de que muchos de sus jugadores sean lo suficientemente buenos no solo para participar, sino también para sobresalir en los Estados Unidos y en el escenario mundial.
El deporte es un éxito indiscutible de Fidel Castro. Siguiendo esta línea, el béisbol reina. Se discute en la casa, en los restaurantes, en las escuelas y en las calles. Es el deporte preferido de los niños pequeños. Quizás la belleza y la popularidad del juego radiquen en su sencillez. Todo lo que se necesita son unos cuantos pedazos de cartón que se pueden usar como bases, un palo como bate, y algo que pueda parecerse a una pelota. En numerosas ocasiones, he visto que hasta una tapa de plástico cumple esa función en las calles de Centro Habana.
La Habana es el epicentro de la cultura del béisbol en Cuba. Su amado equipo, los Industriales, son como los Yankees de Nueva York, para el béisbol cubano, y el Estadio Latinoamericano como el Yankee Stadium, para Cuba. Un cubano puede asistir a un partido en cualquier lugar de la Isla solo por un peso cubano (¡cinco centavos americanos!). Fidel Castro creía que los deportes deberían ser “el derecho del pueblo, no el derecho de los ricos”, por lo que los boletos de béisbol son asequibles para todos los cubanos. Tuve el privilegio de asistir a un juego en el Estadio Latinoamericano en 2018 y nunca he experimentado algo parecido. A diferencia de los Estados Unidos, cuando la multitud vitorea después de una jugada, en Cuba la multitud comienza a celebrar incluso antes de que comience el juego, y la consonancia de voces, trompetas y tambores sigue sin parar hasta que termina. Un doble, o hasta un sencillo, lleva a los fanáticos a la histeria, y cuando se anota, la tierra tiembla por los vítores. Los fanáticos cubanos disfrutan el juego con una pasión que no se compara ni siquiera a los juegos de béisbol de las Grandes Ligas de los Estados Unidos.
Lo que presencié en el Parque Central, conocido localmente como La esquina caliente, es la “zona cero” en La Habana para todo lo que tenga que ver con el béisbol. Los debates y las opiniones sobre los jugadores, los equipos, y las jugadas individuales se expresan de manera enfática y muy emocional, y no faltan talento individual ni espectáculo. Junto con los aficionados al béisbol, se pueden encontrar muchos ex jugadores profesionales cubanos aquí. El béisbol está en su ADN, y si no se puede jugar, lo mejor que es hablar de pelota.
Lo que parece una insurrección en La esquina caliente, no es más que un espectáculo diario. En 2019 volví a buscarlos. Al llegar con mi gorra de las Medias Rojas de Boston, Campeones de la Serie Mundial, el grupo me aceptó de inmediato. Al final, muchos de los mejores jugadores de Cuba, incluido el querido lanzador superestrella nacido en Cuba, El Tiante, han jugado para las Medias Rojas. Había hecho mi tarea antes de llegar y sabía mucho más sobre la pelota cubana y estadounidense que durante mi debut, en 2018. Después de recorrer los Estados Unidos, encontré un distribuidor de tarjetas de béisbol que eligió 50 de estrellas cubanas actualmente activas en los rosters de las ligas estadounidenses. Cuando comencé a regalarlas, de repente tuve muchos amigos. Las solicitudes me llegaban de inmediato: “¿Abreu?, ¿Céspedes?, ¿Morales?, ¿Puig?, ¿Escobar?”. Sí, los tenía a todos y muchos más. ¡Les fascinó! No pasó mucho tiempo antes de que volvieran los debates y estallaran las discusiones sobre cada jugador y equipo. Esta vez yo estaba profundamente metido en la acción, expresando mis opiniones y puntos de vista, aunque con menos entusiasmo que mis nuevos amigos. Hubo un joven que no dejaba de mirar mi gorra de las Medias Rojas. Esa gorra se quedó en Cuba.
A medida que la tarde se desvanecía, el grupo comenzó a disiparse. Acabó con palmaditas en la espalda, apretones de manos, sonrisas y abrazos. Estos hombres son buenos amigos y claramente se tienen un profundo respeto y amor. Un participante mayor de La esquina caliente me agradeció haber formado parte de su ritual diario y me ofreció una sonrisa y un cálido abrazo cubano. Tal vez yo había estado más metido emocionalmente en La esquina caliente de lo que me había dado cuenta, sentía lagrimosos mis ojos. Tomé una pastilla para la presión arterial, solo por precaución. Esa tarde en La Habana fue como un jonrón para mí.