Fotos: Izuky Pérez

Yusleidy se acomoda sobre el asiento trasero de un descapotable rosa Plymouth, de 1953, mientras este se pasea sonando el claxon y arrastrando globos por la calle del malecón de Cienfuegos. Lleva una tiara de diamantes falsos, guantes blancos de satín hasta el codo y un vestido verde de novia sin tirantes que ondea sobre la parte trasera del automóvil. En su cara, una sonrisa de Cenicienta-camino-hacia-el-gran-baile.
Es la fiesta de quince de Yusleidy, celebración ineludible de las cubanas al cumplir esa edad, momento soñado por ella y que la madre anhela desde que una enfermera exclamó: “¡Es una niña!”.
Miro, cautivado, cómo un fotógrafo captura a Yusleidy posando con recato frente al Palacio del Valle estilo rococó. Luego, allí mismo en el estacionamiento, se pone un traje de baño, tacones altos decorados con diamantes falsos, y junto con la familia y los fotógrafos atraviesa el vestíbulo del Hotel Jagua para una sesión más atrevida, al lado de la piscina.

Me sorprende esa sexualidad manifiesta. La madre de Yusleidy (al parecer conservadora), le dice que empine el trasero, se baje el tirante del bikini y enseñe más. “¡Increíblemente, la mayoría de las chicas piden ser fotografiadas semidesnudas!”, dice la fotógrafa Maricel Vázquez Molina. Muchas madres quieren que sus hijas sean fotografiadas en ropa interior, o incluso desnudas, con accesorios como flores que cubren los senos y los genitales.
¡La tradición de la época colonial, antiguamente aristocrática, se ha transformado! “Los quince” –el equivalente al baile de debutantes “Sweet Sixtee” en Estados Unidos– se han celebrado en toda América Latina durante siglos, y cada nación observa sus propias tradiciones para conmemorar la transición de una niña a mujer. En la Cuba contemporánea, el ritual enfatiza la sexualidad femenina mucho más abiertamente que en la Cuba prerrevolucionaria o que otros lugares de América Latina.
Antes de la Revolución, las fiestas de quince las celebraban principalmente las clases medias y altas de Cuba, cuyas hijas al cumplir 15 años se consideraban listas para el matrimonio. Las familias gastaban sus ahorros en las suntuosas fiestas en el espléndido Havana Hilton o en clubes de playa privados.
Después del triunfo de la Revolución, el ritual prácticamente desapareció con el rechazo de la burguesía española-estadounidense al pasado colonial, a favor del igualitarismo socialista y el respaldo del Estado a tradiciones criollas africanas más “auténticamente cubanas”. La vanidad simbólica inherente de las quinceañeras (típicamente se fotografían admirando su propia belleza frente a un espejo), y la ostentosa opulencia y las pretensiones elitistas y aristocráticas de los quince, se encontraban en conflicto con los valores revolucionarios. Las fiestas de quince se convirtieron en asuntos discretos, la mayoría de las veces a puertas cerradas.
“Cuando yo cumplí 15 años, no teníamos la tradición de los vestidos de Cenicienta que llevan las quinceañeras hoy, a pesar de que pertenecíamos a las clases más adineradas”, recuerda la socióloga Marta Núñez Sarmiento, de 73 años. “Es algo que ha evolucionado con la Revolución”.
“En ese entonces éramos más ingenuas”, agrega Migdalia Carballosa Rodríguez, una guía turística de 51 años. “Cuando yo cumplí 15 años, no tenía nada que ver con el comienzo de la vida sexual. Marcaba la transición de la infancia a la adolescencia. No podíamos tener novios, así que elegimos a los chicos más guapos de la escuela o del vecindario para que nos acompañaran en el vals. Mis fotos estaban en blanco y negro. Mi fiesta tenía música romántica de los años 70 y 80 del pasado siglo. No había reguetón con bailes lujuriosos, como ahora”.
Irónicamente, el resurgimiento de una celebración más ostentosa, a menudo exagerada y sensual coincidió con el empobrecimiento económico en el “Período Especial” después del colapso de la Unión Soviética. Cuando el Estado cubano flexibilizó las actitudes hacia los rituales y eventos no autorizados, estalló la popularidad de los quince. De ahí en adelante, las fiestas discretas se transformaron en fiestas ostentosas, debido a un gran aumento en el ingreso disponible entre un sector de cubanos que prospera por causa de las reformas económicas que permiten las empresas privadas, y un fuerte incremento en las remesas provenientes de los Estados Unidos. Desde los tiempos de Obama, se ha fomentado el crecimiento de los negocios de fotografía y planificación de eventos que promocionan cada vez más extravagantes paquetes para la celebración de los quince.

“Ahora todo es más elaborado y costoso. Las chicas quieren un álbum de fotos profesionales, lo cual conlleva cambiarse de ropa de ocho a diez veces, con fotos en los lugares más hermosos, y también una gran fiesta que implica alquiler de un lugar y un buffet. ¡Y que todo se grabe en video!”, lamenta Carballosa.
La mayoría de las familias cubanas no pueden permitirse ese lujo. Si la familia no tiene recursos para organizar una gran fiesta, se puede organizar una fiesta en la casa de la quinceañera. Pero muchas madres –en Cuba casi siempre es la madre– están dispuestas a sacrificar sus ahorros de toda la vida por un rito completo.
“Cuando yo era una niña, mamá compró una alcancía y dijo: “Esto es para tu fiesta de quince”, recuerda María Muñoz Orbea, de 29 años. “Mis padres fueron ahorrando dinero durante años para ese momento especial –no solo especial para mí, sino también para mi madre, quien desde que era niña siempre me habló con entusiasmo de ese evento, porque ella misma no había tenido uno. Cuando llegó mi gran día, mamá me dijo que se sentía que tenía 15 años y que estaba viviendo ese momento a través de mí. Fue una de las pocas veces que le vi tanta alegría en el rostro”.
La celebración es más importante para la madre que para la niña. La transición de quinceañera a adulta la transforma en madre potencial, explica la antropóloga social Heidi Harkonen. “Esto es significativo para ambas. Recompensa los quince años de esfuerzo de la madre criando a la niña y la convierte a ella en una potencial abuela o bisabuela, la respetada cabeza de un matriarcado”.
Además, agrega Harkonen, la maternidad no requiere el matrimonio en la cultura cubana moderna y sexualmente abierta: “El propósito del ritual cubano de la fiesta de los quince ya no es preparar a la niña para el matrimonio, si no para la vida sexual, es el momento cuando oficialmente se le permite tener un novio, y en el proceso, relaciones sexuales”.

Tal inmodestia moderna va de la mano con las tradiciones aristocráticas decorosas que permanecen. Al llegar a su fiesta en un carruaje tirado por caballos o en un descapotable de la década de los años 50 del siglo pasado, la quinceañera (vestida con su traje colonial del XVIII) está acompañada por su padre o un joven de su elección (el “galán”) vestido con un esmoquin y una niña (la “damita”) que lanza pétalos de rosas a sus pies. La fiesta comienza con un vals, intrincadamente coreografiado, a partir del cual la quinceañera baila alrededor de un círculo de catorce muchachos (sosteniendo rosas) y 14 muchachas (sosteniendo velas). Mientras baila, con su padre, recoge las flores y pide un deseo al apagar cada vela.
“Unos meses antes del gran día, seleccioné a mis mejores amigos y amigas para practicar el vals en casa después de la escuela”, recuerda Muñoz. “Siempre esperábamos ansiosos los días de ensayo porque las tardes se convertían en fiestas y bromas, especialmente cuando teníamos que enseñarle a mi papá a bailar. Puedes imaginar el desastre que fue eso, porque mi papá no sabe bailar. Recuerdo que corrimos todos los muebles de la sala durante los ensayos, y los vecinos, al escuchar la conmoción y la música, se acercaban a la ventana para mirar”, agrega riéndose.
“Finalmente, llegó el gran día, estábamos todos muy nerviosos. La fiesta se hizo en casa, porque así yo lo quería. Vinieron unas 300 personas. Mamá preparó toda la comida, excepto el pastel de cumpleaños, que era un enorme nenúfar con una fuente y velas flotando dentro, y en la parte superior una muñeca que me representaba”, recuerda Muñoz. “Mamá preparó ponches, uno con ron y otro sin ron. ¡Al día siguiente nos dimos cuenta de que solo habíamos servido las bebidas sin alcohol porque Doris, nuestra yegua, que en ese momento deambulaba libremente por la casa, había entrado a la cocina y se había bebido el que tenía el ron!”.
Pero las fotos de quince son generalmente lo que se considera la parte más importante. Muchas casas cubanas están adornadas con imágenes enmarcadas de hijas haciéndose pasar por la mujer maravilla, semidesnudas, y con vestidos de Cenicienta que representan a la joven como una princesa española.

Este símbolo de la riqueza Real se ha extendido en los últimos años. La generación joven se crio en la nueva época de las fiestas más elaboradas. Quieren fiestas de quince más grandes y ostentosas. Un anhelo nostálgico por el pasado ahora se une a un alarde de estilo de vida de lujo que sigue siendo económicamente inalcanzable para la mayoría de los cubanos. Hoy en día, entre los nuevos ricos de la Cuba comunista, las fiestas de quince se han convertido en una manera de superar a los vecinos. (Las fiestas más lujosas tienden a ser organizadas por familias “blancas”, ya que reciben más remesas del extranjero y, como grupo, tienen privilegios financieros.)
Los cubanos que conservan cierta ética revolucionaria fruncen el ceño ante tal vulgaridad de reverenciar al simbolismo aristocrático español. Sin embargo, las políticas igualitarias de la Revolución han reformado tanto el concepto del “individuo” y la distinción social que hoy las jóvenes cubanas de todos los colores de piel y niveles económicos celebran este ritual que alguna vez fue exclusivamente blanco y de clase alta.
Cuando termina la sesión de fotos de Yusleidy, otra quinceañera, una bella afrocubana, llega en un Dodge Mayfair de dos tonos de 1956. Se parece a Brandy en Cenicienta con su icónico disfraz color turquesa. Sonrío, inspirado por su resplandor y la belleza innegable de este cuento de hadas de la vida real que terminará a la medianoche, cuando apague la vela sobre su pastel de cumpleaños.
