Fotos: Alain L. Gutiérrez Almeida
Mi mamá siempre cantaba aquello de “conoce a Cuba primero y al extranjero después”, cuando yo soñaba despierto y le contaba acerca de los tantos lugares del mundo que deseaba visitar. Las historias de Emilio Salgari y Julio Verne llenaban mi cabeza de aventuras. Me hacían imaginar que era un explorador insaciable que viajaba con amigos y coleccionaba historias que algún día también podría contar en un libro.
Crecí y he tenido la gran suerte de poder recorrer mi Isla de un lado a otro y coleccionar parte de esas deliciosas historias que no sé si escribiré, pero que atesoro y comparto con amigos. Cuando me preguntan cuál es mi lugar favorito en Cuba la respuesta no demora: Baracoa, en Guantánamo, el extremo oriental de Cuba. Sin embargo, una de las cosas que más disfruto de la geografía cubana son sus playas escondidas.
Como pequeños tesoros, esas playas han estado ahí por miles de años y, de tan remotas y escondidas, solo unos pocos afortunados las disfrutan. Imagina una de esas películas donde el explorador se abre paso en la jungla para, de repente, llegar a una playa esplendorosa o a la cima de un acantilado desde donde se avista un impresionante paisaje costero. Así me he sentido durante mis viajes por Cuba.
La mayoría de las veces mis compañeros de viaje han sido Joel y su Pontiac del 56. Juntos hemos recorrido la carretera Pilón-Santiago y sus hermosísimos paisajes. Esta carretera, quizás una de las peores conservadas de Cuba, está ubicada en la zona más al sur del país. Literalmente los autos se mueven entre acantilados, el mar y grandes rocas que han rodado loma abajo. La mayoría de las playas de esta zona son de cantos, piedras redondeadas por la acción del mar. Solo unas pocas tienen arena. Similares son las playas al sur de Guantánamo, semidesierto costero. Otra cosa sucede en la costa norte de la provincia: las playas reposan donde se acaba el monte.
En el otro extremo de la Isla, el occidental, en Pinar del Río, una tarde salí en una araña (carretón de dos ruedas halado por un caballo), a cazar cangrejos para comer. Después de atravesar un monte lleno de mosquitos y plantas espinosas nos esperaba una playa: La Rosalía. Sencilla y hermosa, con una plataforma para pescar en medio de la nada. Esta playa y el atardecer en ella me han regalado una de las fotos que más disfruto.
Para encontrar las maravillas de playas ocultas de Cuba, hay que viajar por la Isla, meterse, hurgar en sus recovecos. La publicidad turística vende lugares espectaculares de los que ciertamente puede presumir la mayor isla del Caribe, pero aquellos sitios que no están en las guías de turismo te sorprenderán y acapararán tu memoria. No lo dudes, cuando tengas la oportunidad recorre esos lugares de la geografía cubana de los que nunca nos hablaron en clase: Vístete de Salgari o de Verne y encuentra en nuestra Isla los rincones que están escondidos a la vista de todos.