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Revolución feminista… ¡sí!

PARA LAS BOXEADORAS DE CUBA, LA LUCHA MÁS GRANDE NO ESTÁ EN EL CUADRILÁTERO

Fotos: Christopher Baker
Fotos: Christopher Baker

“las mujeres cubanas están destinadas a ser bonitas, no a ser golpeadas en la cara”, declaró hace unos años Pedro Roque, ex entrenador del equipo de boxeo cubano.

No se lo digas a Legnis Cala Masó –28 años–, madre y boxeadora. Su nariz ya está rota y, sin embargo, es hermosa. De cuerpo delgado, piernas como Ciara y labios como Naomi, se ve fuera de lugar en las semi-ruinas del post-apocalíptico gimnasio al aire libre “Rafael Trejo”. Sus trenzas de varios colores y su collar de oro vuelan con violencia mientras golpea el aire, se balancea y baila alrededor del piso de concreto agrietado del local. Todos los demás boxeadores son hombres afrocubanos. Enormes máquinas de combate de puro músculo, transpirando olores fuertes por el calor habanero del mes de mayo.

Masó lleva una camiseta negra sin mangas con la palabra Ángel escrita en lentejuelas. Sus aretes, imitación de diamantes, brillan al contacto de los rayos del sol tropical que entran a través de las rendijas del techo de zinc corrugado. La miro con asombro mientras ella se lima con mucho cuidado sus largas uñas color turquesa, y luego se venda las manos antes de ponerse un par de guantes Adidas.

Fotos: Christopher Baker
Fotos: Christopher Baker

Completamente sexy y femenina, boxea con los puños y agallas y una meta en la mira. “Quiero representar a Cuba en los Juegos Olímpicos de 2020 en Tokio”, me dice, limpiándose el sudor de su frente. “¡Ese es mi sueño!”. Solo hay un problema. Mientras las cubanas se llevan a casa medallas internacionales en deportes de combate como la lucha, el karate, y el yudo (la medallista olímpica de oro y tres veces campeona del mundo, Driulis González, es considerada la mejor yudoca del siglo XX en las Américas), el boxeo femenino en Cuba –donde todas son aficionadas o empleadas estatales–, no tiene respaldo. Es para hombres. Masó y otras boxeadoras fueron expulsadas de un gimnasio estatal porque, según el funcionario de deportes: “el boxeo femenino no está permitido”.

¡Espere! ¿Qué? ¿En Cuba? ¿El país que tanto ha logrado para promover la igualdad de género y los derechos de las mujeres?

“No entrenamos boxeadoras por razones políticas”, admite el cuatro veces campeón mundial de peso welter Juan Hernández Sierra, miembro de la Comisión Nacional de la Federación Cubana de Boxeo. “Como boxeador, no me gustaría ver el boxeo femenino. Si bien respeto los derechos de las mujeres, personalmente no me gustaría. Las mujeres no están destinadas a ser golpeadas. Las mujeres son para las caricias y el cariño”.

La expresión “razones políticas” suena más como: orgullo sexual masculino.

No obstante, el número de boxeadoras cubanas está creciendo. Algunas, como la fisiculturista Caridad Villa Castro, lo hacen estrictamente para el ejercicio cardiovascular y la tonificación muscular. Otras, como Masó y su amiga, su compañera en el entrenamiento y posible luchadora olímpica Idalemys Moreno, de 27 años, están motivadas por el deseo de asestarle un nocaut al machismo persistente de Cuba.

Caridad Villa Castro
Caridad Villa Castro

Escondido entre las paredes hundidas y mohosas y los balcones medio colapsados –en la parte sur de La Habana Vieja–, el gimnasio “Rafael Trejo” ocupa el espacio de un edificio que se derrumbó hace mucho tiempo. Es bastante espartano, a pesar de haber recibido la visita del Príncipe Carlos –marzo de 2019–, cuando un nuevo cuadrilátero reemplazó el artilugio adoquinado de madera contrachapada rematado por lienzo rasgado. Además, una mano de pintura color plata real, suplió hace poco la mugre de siglos fundida por el calor tropical a la pintura de color pastel, descolorida y desprendiéndose de las paredes como una piel escrofulosa.

A pesar de la nueva fachada, para esconder su aspecto desagradable, el gimnasio –con el nombre de un estudiante de derecho (Rafael Trejo) asesinado mientras protestaba contra la presidencia de Machado en la década de los años 30–, todavía tiene una actitud seria. (También es un paraíso para los fotógrafos. Nunca dejo de llevar a mis grupos de fotografía.) Ha sido la cuna de casi todos los grandes boxeadores cubanos, desde Kid Chocolate hasta Félix Savón. Muchos de los 37 cubanos medallistas de oro en las olimpiadas se han entrenado aquí, a pesar de los equipos anticuados, improvisados, y escuetos. Es inspirador verlo, especialmente cuando una nueva generación de boxeadoras se abalanza a puñetazos en busca de un sueño para competir por la gloria en el “deporte de los hombres”.

Fotos: Christopher Baker
Fotos: Christopher Baker

“¡Izquierda! ¡Derecha! ¡Derecha! ¡Izquierda!”, grita el entrenador de 66 años, Nardo Mestre Flores, demostrando un puñetazo de uno-dos. El profesor Mestre, miembro del equipo de boxeo cubano durante nueve años, y el entrenador, el medallista de plata olímpico Emilio Correa Jr., han tomado muy en serio a estas tres boxeadoras que entrenan aquí durante horas, todos los días, con la mirada fija en el oro olímpico: Masó, Moreno, y Erisnelsy Torres Castillo, de 21 años. Lucía González, de 66 años, quien administra el gimnasio, es la manager de estas jóvenes.

“Nuestra lucha diaria es obtener las mismas oportunidades que los hombres”, dijo Moreno a la corresponsal Kelefa Sanneh para The Fight Game: Breaking Barriers in Cuba, de la HBO. “Ese es nuestro mayor deseo. Es por eso que entrenamos todos los días. Para representar a Cuba igual que ellos”.

Estas tres mujeres son las protegidas de Namibia Flores, tema abordado en tres documentales que destacan el boxeo femenino en Cuba: Boxeadora; Namibia: Cuba’s Female Boxing Revolution y Two Beautiful: Our Right to Fight. Flores, la única boxeadora en Cuba durante mucho tiempo, es el símbolo del espíritu revolucionario de la nación.

“Si estuviera en cualquier otro país, esta mujer sería una campeona nacional”, dice Nardo Mestre, quien hace una década descubrió el talento de Namibia y puso en su cabeza la idea de una medalla olímpica. Desde entonces, entrenó cinco horas diarias, todos los días, con la esperanza de que algún día la Comisión aprobara el boxeo femenino. “Pero ese día nunca llegó”, dice Flores, ahora con 43 años, demasiado mayor para boxear en los Juegos Olímpicos. “Mi oportunidad para competir ha acabado. Pero la mulatica [Idalemys Moreno], Chiqui [Erisnelys Torres] y todas las chicas que han dejado su trabajo y otros deportes para entrenar como boxeadoras tienen mucho potencial. Si entrenan duro, pronto podrían traer medallas a casa”.

Fotos: Christopher Baker
Fotos: Christopher Baker
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“Pueden aportar más gloria al deporte cubano”, dijo Emilio Correa Jr. a Andrea Rodríguez, periodista de Associated Press. “Las habilidades motoras, la naturaleza explosiva, y la energía de las boxeadoras cubanas también están presentes en estas mujeres”.

Correa inspiró a Masó, Moreno y Castillo a tomar las riendas y procurar luz verde en los funcionarios gubernamentales, incluso de la poderosa Federación de Mujeres Cubanas (creada en 1960 con el objetivo de promover las reformas políticas y sociales para lograr la igualdad de género en todas las áreas y niveles de la sociedad). Desafortunadamente, no recibieron la respuesta deseada. El comentario del presidente de la Federación Cubana de Boxeo, Alberto Puig de la Barca, suena como un viejo disco rayado con su estribillo: “Es un asunto que está siendo evaluado”.

Cambiar las mentes de los burócratas gubernamentales de Cuba es un proceso más lento que el rigor mortis.

“Si en Cuba llega el momento en que las mujeres puedan boxear, Hatzumy será la primera”, dice con orgullo el boxeador Luis Pérez Duverg. Pérez entrena en el gimnasio La Cuevita. Un humilde espacio extemporáneo de barrio, como este en Centro Habana, hace que el gimnasio “Rafael Trejo” parezca Madison Square Garden.

“Más duro, ¡golpea más fuerte! ¡Mira lo que estás haciendo! ¡No bajes la mano!”, grita Pérez, mientras Hatzumy Carmenate, de 13 años, protagonista de un hermoso video de la revista The New Yorker, Fighting Cuba’s Boxing Ban, se agacha y se cubre, lanza jabs y ganchos y baila como una mariposa.

“En los Estados Unidos y Europa, el boxeo se basa en la fuerza. Aquí, lo nuestro es como dominar un baile… En Cuba si no puedes bailar, no puedes boxear”, afirma Pérez.

¡Ah! No es de extrañar que los cubanos gobiernen el cuadrilátero como si fuera una pista de baile.

“A mi mamá no le gusta que boxee. Ella dice que es demasiado violento”, confiesa Masó, respirando fuerte después de aporrear un saco de boxeo que no puede resistir muchas rondas más. “Pero conseguimos entrenar a muchas luchadoras de otros países que visitan al gimnasio ‘Rafael Trejo’. Si nos dan permiso para pelear en competiciones, lo haremos bien. Un día –y pronto– sucederá”, agrega alegremente.

“Sí, pero ¿sabes bailar?”, le pregunto con picardía.

“Oh, sí. Me encanta la salsa”, responde ella.

¿El sudor, la sangre ocasional… y la nariz rota? ¡Eso no es nada! Obtener el permiso necesario es la pelea que Masó, Moreno, y Torres quisieran ganar.

Moreno gana un salario estatal ínfimo en la enseñanza de lucha, deportes y atletismo en la Universidad de La Habana. Pero Masó depende de una porción de la tarifa que se cobra a los grupos de fotografía y a otros que visitan el gimnasio. Por ahora, es lo más cerca que puede llegar para ser clasificada como boxeadora profesional.

Fotos: Christopher Baker
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