Fotos: Otmaro Rodríguez
La Habana, esta ciudad bulliciosa y parlera –tan bien apresada en los lienzos de René Portocarrero y en la plástica de Luis Enrique Camejo– marítima, abierta y desprejuiciada, que sabe, sin embargo, vivir su propia vida interior, es una ciudad con todos los estilos y ningún estilo, “un estilo sin estilo que a la larga, por proceso de simbiosis, de amalgama, se erige en un barroquismo peculiar que hace las veces de estilo”, como afirmara el gran novelista cubano Alejo Carpentier.
Ciudad barroca en su sentido heterogéneo y abigarrado, y también “tímida, sobria, como escondida”, construida a escala humana, sin que la arquitectura llegue jamás a aplastar al hombre. Así sucede en su centro histórico y también en La Habana moderna donde los rascacielos, a veces impersonales, no tapan el sol ni impiden el paso de la brisa marina.
A cinco siglos de fundada, es una de las ciudades americanas que mejor conserva su legado histórico y su núcleo colonial. El centro fundacional de la urbe, en la llamada Habana Vieja, es uno de los conjuntos urbanos más importantes del continente. Allí pueden verse 88 monumentos de valor histórico-arquitectónico, 860 de valor ambiental y 1 760 construcciones armónicas. Algunas corresponden a los siglos XVI y XVII. Es una zona monumental por excelencia, con un 90 % de edificaciones valiosas.
No se piense que se visita un museo. En todo caso el visitante se verá inmerso en un museo viviente, en una zona en la que residen unas 100 000 personas y hay oficinas, escuelas y establecimientos comerciales. El proceso de restauración al que hace años se ve sometida La Habana Vieja rehúye convertirla en una zona estática, dedicada a la contemplación, sino que se propone conservarla y revitalizarla como un área viva en el contexto de la ciudad, en la que se conjuguen, de manera armoniosa, sus funciones habitacionales, culturales y turísticas.
De La Habana moderna, lo mejor es El Vedado, una de las manifestaciones más coherentes del urbanismo contemporáneo. Cierto es que, como otras zonas de la ciudad, está dañado, pero está ahí y es el lugar más codiciado por los habitantes de la ciudad para residir.
A juicio del arquitecto Mario Coyula, se insiste tanto en el valor de La Habana Vieja que se corre el riesgo de pensar que el resto de la ciudad no lo tiene. Para él, más de la mitad de la ciudad tiene valor arquitectónico porque en ella aparecen estilos y tendencias de todas las épocas.
“La esencia de La Habana es el concierto que ella misma organiza y ahí lo más importante es la escala, el ritmo que la luz y la sombra establecen en sus fachadas”, añade Coyula. A su juicio hay dos edificios emblemáticos en la ciudad: el Palacio de los Capitanes Generales, en La Habana Vieja, y el restaurante Las Ruinas, en el Parque Lenin, en las afueras de la capital.
La Habana es el primer polo turístico de Cuba. Aquí están los grandes hoteles, los cabarets rutilantes, los más afamados restaurantes, y una franja de playas al este de la ciudad que se extiende a lo largo de más de diez kilómetros de blanca y fina arena y aguas cristalinas.
La ciudad sobresale también en la cultura; un gran mosaico donde lo español y lo negro se dieron la mano para engendrar una identidad propia. Abren sus puertas aquí unos cuarenta museos de primer orden y sus ferias y festivales internacionales de cine, libros, música, plástica y ballet atraen a especialistas y curiosos de latitudes muy diversas. Su universidad, fundada en 1728, es muy prestigiosa y sus instituciones médicas y científicas gozan de reconocimiento más allá de los límites de la Isla.
En la capital se hallan los santuarios de tres de los santos más venerados por los cubanos: los de San Lázaro, el santo de los perros y las muletas de palo, el leproso de los milagros; de Santa Bárbara, en la barriada humilde de Párraga, y de la Virgen de Regla, la santa negra del manto azul que carga en sus brazos a un niño blanco. Deidades que, en el panteón de la Santería se identifican, respectivamente, como Babalú Ayé, Shangó, y Yemayá, madre de todos los orishas.
La Habana con sus toques de santo y sus tapas de coco tiradas al azar para leer el futuro y demás ritos africanos. Donde, a veces, en una misma casa se guardan los atributos del Palo Monte y la Santería y las imágenes de las deidades cristianas.
La Habana de las rumbas de cajón y las chancletas de palo, del gran jolgorio del carnaval y de las fiestas espontáneas en las casas de vecindad.
Muchos afirman que La Habana es una de las ciudades más bellas del mundo. Ernest Hemingway, el célebre novelista norteamericano que vivió aquí los últimos años de su vida, decía que en belleza solo Venecia y París superaban a la capital cubana. Es posible. Por lo pronto vale asegurar que la luz del trópico, la noche en el Malecón, el lugar más popular y cosmopolita de la urbe, y la sonrisa y la afabilidad del habanero, entre otros encantos propios, ganan al visitante para siempre. Vista desde el Morro en el atardecer, asegura una imagen insuperable.
A fines del siglo XVI, en atención a su posición geográfica, alguien definió La Habana de manera justa. La llamó “Llave del Nuevo Mundo y Antesala de las Indias”. El sabio alemán Alejandro de Humboldt, a quien los cubanos consideran su segundo descubridor, la vio como la más alegre, pintoresca y encantadora de las ciudades. Algo más acá un poeta la exaltó como una mujer con tres amantes rivales: el sol, el mar y el cielo… y, otro poeta, luego de reparar en sus portales y columnas, sus parques y plazas y, sobre todo, en sus rincones olvidados y perdidos, la cantó como una urbe de sueños, edificada en claridad y espuma.
A la sombra de una ceiba que existía en el lado noroeste de lo que sería la Plaza de Armas, se celebró en La Habana, dice la leyenda, la primera misa y se constituyó el primer cabildo. El Templete, monumento que se inauguró en 1828, perpetúa el acto fundacional de la villa.
En las religiones afrocubanas, la ceiba es un árbol sagrado. Los negros venidos de África como esclavos depositaron en ella su leyenda. Para los creyentes en ese árbol se asientan todos los santos, los antepasados, los santos católicos y espíritus diversos. La ceiba recibe tratamiento de santo y no se corta ni se quema ni se derriba sin permiso de los orishas.
Dicen que a quien da tres vueltas alrededor de la ceiba de El Templete se le concede el deseo que pida. Así es La Habana de acogedora y generosa.