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Medio milenio de San Cristóbal de La Habana

Fotos: Otmaro Rodríguez

La Habana
Palacio de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas, La Habana Vieja

En América son muy escasas las ciudades con 500 o más años de existencia. La Habana, asentada por la corona española en tierras del cacique taíno Habaguanex –de donde proviene su nombre–, es una de ellas.

Fue la última de 7 villas fundadas en Cuba durante la segunda década del siglo XVI y en poco tiempo, gracias a su puerto y posición geográfica en contacto con la corriente del Golfo, pasó a distinguirse, junto a México y Lima, entre las más importantes de las Américas.

Primero, y durante siglos, fue el mayor astillero de la corona española; poco después, centro de reunión de la real flota para la navegación hacia la península, ante la infestación de corsarios y piratas en el Mar Caribe. En La Habana atracaban decenas de barcos cargados de oro, plata y tesoros de América del Sur y Central, hacían largas estadías hasta que, unidos, zarpaban hacia España escoltados por barcos fuertemente artillados. Esta circunstancia la convirtió en centro de comercio, hospedaje y aprovisionamiento de alimentos y agua, además de garitos y otras distracciones para marinos y viajeros.

La Habana
Vista desde el Faro del Castillo de los Tres Reyes del Morro

Fue necesario, entonces, fortificar la villa para evitar los estragos del saqueo y de los incendios de que era objeto durante los continuos ataques piratas. El Castillo de la Real Fuerza, construido en 1560, es una magnífica expresión de la arquitectura militar renacentista, sin igual en esta parte del mundo. En la última década de ese siglo fueron levantados a la entrada del puerto sus dos eternos guardianes: La Punta y el imponente Castillo del Morro.

La ciudad se amuralló por tierra y mar, no obstante en 1762 la corona inglesa la ocupó durante 11 meses. Después se siguió fortificando, para ello sería necesario construir sobre la colina que domina el puerto y la costa, la gran fortaleza de San Carlos de la Cabaña, la mayor de toda la América española y en otras dos elevaciones cercanas, los castillos de Atarés y el Príncipe, además de los diversos fuertes y torreones en varios kilómetros del litoral.1

A partir de entonces se desarrolla el comercio. Se erigen edificios gubernamentales de gran porte, como el Palacio de los Capitanes Generales y el del Segundo Cabo, de expresión barroca –la Catedral sería el máximo exponente de este estilo que nunca llega a ser recargado como en países de ricas tradiciones precolombinas.

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La torre del edificio Bacardí y el famoso edificio de “Manzana de Gómez”, visto desde la calle Monserrate. El primer bloque se completó en el
siglo 20; hoy es el hogar del Gran Hotel Manzana Kepinski
Habana
Vista del Colegio de San Gerónimo desde el Palacio del Segundo Cabo

Grandes palacetes de hermosos patios interiores con vidrieras de múltiples diseños y colores y elaboradas rejas en ventanas y balcones, muestran hoy la riqueza y diversidad arquitectónica de La Habana Colonial. Las cinco plazas principales son de lo mejor del urbanismo de la época.

A mediados del XIX fue necesario derribar las murallas para permitir su expansión hacia el oeste y al sur. Son ejemplos valiosos los palacios de Villalba y el de Aldama, este último el inmueble de estilo neoclásico más notable de esa época.

Un riquísimo y variado eclecticismo se manifiesta en las construcciones hasta las primeras décadas del XX. El Capitolio Nacional, el Palacio Presidencial, y numerosas sociedades, hoteles y suntuosas mansiones son muestras excelentes, aunque también miles de casas anónimas que forman la trama de la ciudad de aquellos tiempos, ofrecen una variedad y riqueza destacables. Kilómetros de portales con muy diversos arcos y columnas protegen al transeúnte en las calzadas, rasgo que identifica la ciudad.

Habana
Paseo del Prado
Habana
Vista de un barrio en el Vedado

Un refinado art nouveau, aunque disperso, se deja ver en varias viviendas de la capital y, ya por la década del 30, el art deco es usado en oficinas, viviendas y teatros. El edificio Bacardí es su exponente más integral.

El movimiento moderno, a partir de los años 40, se manifiesta con innumerables ejemplos de muy buena arquitectura, doméstica, comercial o gubernamental, para arribar a los 50 donde la eclosión constructiva en diversos programas compacta la ciudad, por una parte y, por otra, la expande. Hoteles, casinos, rascacielos, van conformando la imagen de la ciudad que hoy tenemos.

La Habana no sufrió lo que otras ciudades americanas, donde dominó la cultura de la demolición. No obstante, hubo destrucciones bochornosas, como la del Convento de San Juan de Letrán, donde se implantó una horrenda caja blanca de cuatro plantas para el Ministerio de Hacienda, a pocos pasos del señorial Palacio de los Capitanes Generales.

El plan del famoso arquitecto catalán Josep Luis Sert, en los 50, no fue siquiera comenzado. Era un proyecto que pretendía arrasar con espacios del centro histórico para sustituirlos por grandes manzanas de arquitectura moderna.

En estas últimas décadas, el trabajo realizado por la Oficina del Historiador es superlativo: se han transformado ruinas y salvado otras, gracias a lo cual podemos disfrutar de La Habana que fue y es.

La Habana
Terminal de cruceros en el puerto de la Habana

La Habana cumple medio milenio. En 2014 fue seleccionada (entre una lista de 1 200), como una de las siete ciudades maravilla del mundo.

Glorificada o preterida, amada por muchos y olvidada para otros, defendida y rechazada, así de contradictoria es esta ciudad, conservada no tanto como quisiéramos. Capital de Cuba y con una gran potencialidad, tranquila y segura, con poco tráfico, algo muy difícil en estos tiempos; con niños correteando en parques, vecinos jugando dominó en la aceras y hablando desde estas hasta un cuarto piso; con música y pregones, así es La Habana que debe conservarse, sin poner límites a su belleza, regeneración y crecimiento.

La Habana que queremos es esta, una lección de historia de la arquitectura: sin construcciones de alturas insospechadas, superficies acristaladas ni autos contaminando el ambiente y dejando al ciudadano común en franca desventaja.

La bahía, suprimida ahora su actividad portuaria comercial, deja grandes instalaciones industriales de alto valor patrimonial con una potencialidad inmensa para refuncionalizar actividades de la vida diaria. Se convertirá así en una gran plaza de agua de varios kilómetros cuadrados con un transporte marítimo enlazando su perímetro. Cruceros y yates surcando y atracando en marinas que se construirán, y con su borde de más de 18 kilómetros limpio, sin contaminación, sostenible. Una ciudad amigable para sus habitantes y para quienes nos visitan.

  1. Ese conjunto, el más grande e importante de América, sería junto al Centro Histórico La Habana Vieja, declarado por la UNESCO en 1982, Patrimonio Mundial de la Humanidad.
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