Graduado de la Escuela Normal de La Habana, mi abuelo Nano fue profesor de matemáticas de miles de personas. Sospecho que, uno de esos que no se olvidan. Todavía sucede que, cuando digo mi apellido, alguien pregunta si soy familia de Arboleya, el maestro.
Nació en Batabanó, un pueblo pesquero muy humilde, al sur de la capital cubana. El único de sus muchos hermanos que logró estudiar y hacerse de una profesión. Fundó su familia en El Pilar –“barrio caliente” de La Habana–, donde se ganó el respeto de la gente. En la calle le llamaban “Maestro”.
Lo de abuelo era enseñar, así que no lo pensó mucho para, a sus 50 años, irse a alfabetizar a un pueblito intrincado de Pinar del Río; sus hijos de 12 y 13 años hicieron lo mismo. Tenía fama de “recio”, pero también de que, si con él no entendías las matemáticas, podías dar la batalla por perdida.
Hacíamos cada año el mismo “recorrido habanero” mi hermana, mi abuelo y yo. Nos llevaba por el Paseo del Prado, nos sentábamos en un banco, y nos recitaba un poema de Martí (siempre uno distinto). Cada año tenía para nosotras una historia diferente que ubicaba a un joven Martí sentado en aquel banco y, cada año, mi hermana y yo le creíamos. Poco me ha importado saber después que, aunque Martí debe haber andado muchas veces el camino de tierra arbolado que era, en su época, el Paseo del Prado, nunca pudo sentarse en aquel banco. El Paseo que recorríamos, con su hermoso piso central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, sus farolas, y sus laureles, fue inaugurado el 10 de octubre de 1928, treinta y tres años después de la muerte del poeta.
Salíamos del Prado y bajábamos por la calle Empedrado hasta la Plaza de la Catedral. Abuelo iba todo el camino haciendo historias, mezclando lo sublime con lo ridículo, lo mismo hablaba de José de la Luz y Caballero, que de Cecilia Valdés, de Conrado Marrero o de Mongo Tres Chapitas.
Cuando enrumbábamos a la Plaza, antes del esperado almuerzo en El Patio, mi hermana y yo nos preparábamos para el bochorno –que después recordábamos con pícara complicidad–: abuelo se paraba en el centro de la imponente Plaza de la Catedral y nos dedicaba, a todo pulmón, una canción del Benny: Yo no sé/ no sé decirte cómo fue/ no sé explicarme qué pasó/ pero de ti me enamoré…
José Martí: poeta, patriota, cultísimo, espíritu libre y sensible, leal, íntegro, blanco, hijo de españoles, alma de la sed de independencia de los cubanos; Benny: genio musical, autodidacta, bebedor, bailador, buen amigo, compartidor de lo mucho y de lo poco que tuvo, negro, descendiente del rey de una tribu del Congo, honda era su voz.
Abuelo me decía cada año: “vamos, a comer el mejor pan con croqueta de La Habana”, en realidad me estaba enseñando el lugar de donde vengo.